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Extra agua y bosques EL PAÍS
Vacunar el monte evita las llamas

Vacunar el monte evita las llamas

27 mar 2023

Los bosques españoles son territorio abonado para que los incendios forestales sean cada vez más destructivos. Para entender la magnitud del problema, un dato: el año pasado ardieron en España casi 310.000 hectáreas de masa forestal, una superficie similar a la que ocupa la provincia de Álava. La cifra multiplica por cuatro la media de los últimos 15 años y demuestra que 2022 ha sido el peor curso en lo que va de siglo. El problema es que, ante el imparable avance del cambio climático, las previsiones no son buenas. No solo porque en el futuro las temperaturas serán más asfixiantes y las reservas de agua menguarán. También porque los bosques cada vez tienen mayor vegetación, debido al progresivo abandono de cultivos desde hace décadas. Ante todas estas evidencias, los ingenieros forestales insisten en que, para anticiparse y prevenir tragedias, es imprescindible diseñar políticas encaminadas a reducir esta ingente densidad de árboles que convierten a nuestros bosques en un polvorín. Planes que, en todo momento, garanticen la biodiversidad en el monte y la sostenibilidad de las masas forestales en el tiempo. En una tribuna titulada Convivir con el fuego, un grupo de investigadores del CSIC explica cómo el éxodo rural y la expansión y densificación del bosque en espacios que antes se aprovechaban a través de la actividad forestal, la agricultura y la ganadería “crean paisajes cada vez más homogéneos y vulnerables al avance del fuego”. Para evitarlo, según los autores, “hay que tomar iniciativas que permitan la recuperación de paisajes donde haya un mosaico de usos”, como bosques, cultivos herbáceos y leñosos, pastos y matorrales. Esta diversidad “actúa como un cortafuegos natural mientras se generan rentas que permiten a la población vivir dignamente”. En su opinión, la solución pasa por “tejer alianzas entre la gestión del bosque y el resto de usos rurales para crear territorios resilientes al fuego”, ya que “los montes rentables no arden, o lo hacen con menor intensidad”. Una rentabilidad que, en este caso, es sinónimo de “gestión activa del territorio y de las personas que viven en él”. Podas estratégicas Pero los incendios no son el único peligro que atenaza a los bosques. También las plagas, las enfermedades, la sequía… Para combatir todos estos males, la denominada selvicultura preventiva es una herramienta eficaz. Esta disciplina incluye una serie de estrategias de gestión forestal, todas ellas con una planificación previa, que ayudan a corregir los problemas antes de que surjan. El secretario general del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales, Raúl de la Calle, enumera algunas de estas medidas de prevención: la eliminación de combustible (leña, madera, restos orgánicos) acumulado en el monte, la creación de cortafuegos estratégicos, quemas prescritas, podas perimetrales, la reducción de la densidad arbórea y la realización de tratamientos fitosanitarios, entre otras. La información es la primera herramienta contra el cambio climático. Suscríbete a ella. Suscríbete Lo cierto es que más de la mitad del territorio español es superficie forestal, gran parte ubicada en zonas muy despobladas. “Y en contra de lo que algunos creen, nuestros montes son mayores de lo que eran hace años. Hoy tenemos en ellos acumulaciones de energía antinaturales por factores relacionados con el abandono rural”, denuncia el experto en gestión forestal Ferran Dalmau-Rovira. En la actualidad, apenas se aprovecha el 20% de los recursos acumulados en el monte y cuando prende la chispa, en demasiadas ocasiones, la mecha ya es imparable. “En España dedicamos unos 400 millones de euros al año en la extinción de incendios, y eso es un gasto sin retorno directo para la sociedad. Es decir, gastamos dinero en negro por no invertir en verde, que es en gestión forestal”, prosigue. Para vacunar a los bosques contra determinados peligros existe una serie de acciones eficaces. Una de ellas es la ganadería extensiva, con los animales que pastan al aire libre. También las quemas prescritas, que consisten en introducir fuegos planificados de baja intensidad en determinados ecosistemas, siempre bajo supervisión técnica y tras un riguroso proceso que garantice la seguridad. En un reciente artículo firmado por ingenieros forestales, especialistas agrónomos y asociaciones ecologistas como Greenpeace proponen la idea de quemar 100.000 hectáreas anuales de forma controlada para prevenir grandes fuegos forestales. “Esta actuación supondría una inversión aproximada de 225 millones de euros. La misma superficie quemada en incendios alcanzaría los 1.000 millones de euros de coste”, argumentan. Además del ahorro económico, prosiguen los autores, estas quemas prescritas implican “menos daño a los ecosistemas y menos evacuaciones e incomodidades a los ciudadanos”. No obstante, el riesgo cero no existe. “Cuando hablamos de seres vivos, como es la vegetación, y de las condiciones climáticas que vivimos, es difícil tener una certeza absoluta de qué medidas tomar”, admite Esteve Muñoz, socio de Forescat. Esta empresa está especializada en gestión forestal sostenible y planificada. Las actuaciones encaminadas a la prevención de incendios, explica, buscan que la masa boscosa no alcance las 10 toneladas de biomasa por hectárea, “para que la intensidad del fuego no supere los 10.000 kilovatios por metro, que es el límite físico de la capacidad de extinción de los bomberos”. Bosques que se ‘beben’ los ríos Los bosques hiperdensificados se beben el agua, un recurso finito que cada vez es más valioso. Un estudio de la Universidad Politécnica de Valencia demuestra que en un monte con demasiada vegetación puede descender hasta el 59% el caudal de los ríos. La explicación es sencilla. Si las copas de los árboles son muy grandes, la lluvia no llega a tocar el suelo porque se queda retenida en las hojas y se evapora, con lo cual no se incorpora al acuífero natural. “Una gestión forestal adecuada permite optimizar la aportación de la lluvia al subsuelo, con lo cual no solo prevenimos incendios, sino también la carencia de agua”, razona Ferran Dalmau-Rovira, experto en gestión forestal. FUENTE: EL PAÍS
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